Dimisiones, despidos o suicidios, provocados por la difusión de vídeos íntimos están plagando las portadas de los medios de comunicación. Información sobre nuestra salud e inquietudes más íntimas recogidas en base a nuestras búsquedas en Internet o apps descargadas en nuestros dispositivos, que llegan a las manos menos adecuadas; y que decidirán si nos conceden un crédito, un seguro o un servicio esencial para nosotros.

Qué lejos quedaba nuestra indignación cuando vimos peligrar la inviolabilidad de nuestro domicilio; y, ahora ni nos inmutamos ante la constante violación cotidiana de nuestra persona, integridad y dignidad.

Y, mientras todo esto ocurre, seguimos asistiendo impasibles y en modo automático, creyendo que la guerra no va con nosotros.

Cada uno de los actores de la actualidad tiene su responsabilidad, claro: Europa tiene que librar la desigual guerra tecnológica entre China y Estados Unidos sobre ¿quién se queda con el control de nuestra actual realidad, el 5G?; o ¿cuáles van a ser las reglas del juego fiscal de la realidad tecnológica?, actual generadora de la mayor riqueza, muy por encima de cualquier otro recurso.

Pero nosotros también tenemos que responsabilizarnos de nuestros actos, comportamientos e información; así como la de nuestros hijos, mientras no tengan capacidad de ser conscientes por ellos mismos. Cuestión esta última ardua cuando en la mayoría de las ocasiones los hijos son muchos más conscientes y conocedores que sus padres analfabetos tecnológicos.

Tenemos toda la información y herramientas para proteger nuestra información, solo hace falta ponerla en práctica:

  1. Podemos ser selectivos a la hora de compartir información propia o ajena en un chat o en una red social, simplemente preguntándonos si las personas que figuran están de acuerdo.
  2. O si les hará la misma gracia de verse retratados dentro de un tiempo ante el mundo de esta forma. ¿Compartimos con todo el mundo nuestro álbum familiar con la misma alegría?
  3. ¿Es eficiente pretender educar a nuestros hijos sin predicar con el ejemplo, subiendo sus imágenes, como el médico que nos recomendaba dejar de fumar con el pitillo en la boca?
  4. Preguntarnos cuando una app o servicio es gratis, ¿realmente merece la pena pagar tan alto precio con nuestros datos personales?
  5. Si tenemos llaves diferentes para abrir nuestra casa, la oficina o el coche, ¿por qué utilizamos la misma contraseña en todos los sitios? Tenemos unos eficientes gestores de contraseñas que nos facilitan la vida y nuestra seguridad.
  6. Si guardamos las cosas de valor bajo siete llaves, ¿por qué guardamos nuestra información más sensible y valiosa en cualquier dispositivo, sin borrarla nada más utilizarla?
  7. O, si apagamos la luz cuando nos vamos de casa, podríamos igualmente cerrar la sesión cuando salimos de nuestros dispositivos, el geolocalizador o las tarjetas de pago, dejándolas a merced de cualquiera que tenga primero de informática.
  8. Si antes nos pensábamos dos veces a quién le dábamos el teléfono ¿por qué ni siquiera pestañeamos cuando damos permiso a acceder a nuestra información, en cuanto nos ponen el ACEPTO antes que la opción de CONFIGURACIÓN?

Tenemos que ser conscientes que nuestro tesoro más preciado no es ya lo que hacemos sino lo que pensamos. Se trata, por tanto, de conocernos nosotros mismos, al menos, un poco mejor que las entidades y organismos que perfilan nuestra persona y comportamientos cada día.

¡Suerte con ello!